La semana antes de la V Maratón Cabberty Málaga hice el ejercicio de rememorar mi primera experiencia como maratoniano en la edición del 2013 (http://bichosrunners.com/1a-temporada-4o-capitulo-364-dias-atras/). En ese post contaba, con la perspectiva de un año de distancia, mis sensaciones antes, durante y después de la carrera y, lo que es más importante para mí, las conclusiones que saqué de la misma. También decía que eso no era mi más ni menos que mi experiencia (mi primera experiencia) y que, por tanto, no contaba con elementos de comparación más allá de las, tan poco útiles aunque siempre de agradecer, experiencias ajenas.
Este post, que cierra la temporada, trata de lo que pasó en la mañana del pasado día 7 de diciembre, antes, durante y después de la carrera.
Las sensaciones este año eran muy distintas. El haber corrido otra maratón tres semanas antes y, sobre todo, las continuas lesiones que he venido padeciendo durante la preparación, y que no había superado completamente (ya os lo conté en mi anterior post), me habían traído cierta inquietud sobre si sería capaz de acabar la carrera. Confiaba en que lo haría (siempre confío en que con trabajo puedo alcanzar lo que me proponga) pero, curiosamente, prestaba más atención a mis problemas físicos que a la falta general de entrenamientos que estos problemas me habían causado. Quiero decir que estaba convencido de que si la lesión me daba tregua durante cuatro horas (el pico ya se vería) nada me impediría acabar.
El sábado fue para compartir con los @bichosrunners, quedamos para recoger el dorsal (agradecimiento a Rafa Luque por permitirnos llevar un dorsal solidario) y visitar la feria del corredor y, de ahí, a almorzar juntos para compartir los penúltimos nervios.
Las horas previas, ya en la mañana del domingo, podrían ser un calco del año pasado. Dormí bien, desayuné, me duché, como siempre antes de las carreras, me vendé. La única salvedad es que en esta ocasión Esther no me acompañó desde el principio (ella también va cogiendo experienciaJ) sino que quedamos en que me esperaría en el 23k y, ya después, volveríamos a vernos en meta. A cambio este año contaba con la compañía de los @bichosrunners con los que había quedado citado un rato antes del inicio para calentar juntos, organizarnos según las marcas que pretendíamos hacer y darnos el último achuchón de ánimo.
Mi intención era tratar de acercarme a la marca del año pasado (algo por debajo de las 4 horas) y Juan Antonio decidió que iría conmigo (era su primera maratón y hasta el día antes había dudado del ritmo que llevaría). La compañía se presentaba óptima, ya hemos compartido rodajes durante los entrenamientos, nos llevamos bien y a ninguno de los dos nos gusta mucho hablar en carrera así que todo bien. Dan la salida y pronto confirmamos que, para empezar, hemos acertado en la ropa elegida (la mañana es fría pero a medida que pasan las horas contaremos con el inconveniente de que subirá la temperatura en la mayoría del recorrido al sol pero que, en las zonas en sombra seguirá haciendo fresco).
Los primeros kilómetros se suceden sin novedades, damos la vuelta en el Palo en el 8k y emprendemos el regreso. Sobre el 14k nos encontramos con el Sensei (www.daniperezrun.com) que nos da una palmada de ánimo y, un poco más adelante, con Luis Gragera que también nos alienta.
La carrera discurre sin novedades hasta el 18k cuando empiezo a tener una sensación extraña. No me duele nada, no tengo hambre, no estoy cansado, pero siento que algo no marcha bien. No le digo nada a Juan y seguimos adelante hasta que un poco más allá enfilamos la zona del Martín Carpena y el viento en contra me plantea una dificultad que no debería ser tal. Sopla fuerte pero con toros más bravos he lidiado. Juan se distancia unos metros y yo trato de mantener el ritmo pero, simplemente, no puedo.
Esther me espera en el 23k y cuando me acerco a ella me pregunta cómo voy. No me gusta decirle que voy mal en carrera pero me sale del alma: “voy fatal”. Sigo adelante, le digo a Juan que no me espere, que tire él y me apresto a pasar lo que, creo y espero, que sea un bajón momentáneo.
Sin embargo, el tiempo entre el 23k y el 26k se me hace eterno. Los indicios trataban de advertirme de que el depósito de reservas se ha agotado. Pienso en retirarme, en pedirle a un voluntario el teléfono para avisar a mi mujer de que no he podido seguir y que venga a buscarme. Oigo como otro corredor le pide un gel a otro voluntario y, como este le dice que no tiene, me planteo darle el mío (de todos modos a mi no me va a servir y a él puede ayudarle a pasar un mal trago). No avanzo. Pienso en que si no soy capaz de dar otro paso cómo voy a correr casi 20 kilómetros más. Pienso en mi familia que irá a la meta a verme llegar. Pienso en los @bichosrunners. Pienso, pienso, pienso. No recuerdo haber pensado tanto durante una carrera. Poco a poco dos pensamientos se van abriendo paso en mi mente, por un lado, que esta es la primera vez que estoy realmente jodido en una carrera y no puedo dejarme vencer, por otro lado, que no debo pensar en llegar a la línea de meta, sólo al 34,5k donde acaba el último tramo cuesta arriba de la prueba, en que si soy capaz de llegar allí tengo opciones de cruzar la meta. Me ayuda pensar que en lugar de 18 me quedan “sólo” 10 kilómetros. Pienso en todo eso mientras no dejo de avanzar.
Me encantaría decir que voy recuperando las buenas sensaciones pero no es así. Es cierto que he borrado de mi mente la idea del abandono pero también lo es que sufro a cada paso que doy. No me queda más remedio que hacer algunos metros caminando y pararme en los avituallamientos con la esperanza de que el isotónico y el agua hagan “más efecto”. Trato de racionar los dos trozos de plátano y el gel que me quedan en el bolsillo hasta llegar al 30k, a partir de donde la organización incluye el plátano en los avituallamientos.
Se que Esther me va a buscar en algún otro punto por que se habrá quedado preocupada al verme tan mal tan lejos de meta. Y allí está, esperándome cámara en mano justo en el 30k. Verla de nuevo es el mejor “avituallamiento” que podría tener. Pero poco después de verla, comienza la “famosa” última cuesta arriba. Me digo que apenas quedan 4,5 kilómetros y llegará una larga cuesta abajo que me llevará hasta la meta pero no me queda más remedio que volver a caminar en algunos tramos. A duras penas alcanzo el final de la cuesta y cuando pienso que, por fin, podré acelerar algo el paso no soy capaz de recortarle ni un segundo al crono. No voy y no voy a ir, ni cuesta arriba ni cuesta abajo, así que no queda más que seguir avanzando, descontando metros.
Entro en los kilómetros finales y justo sobre el Puente de la Misericordia se han reunido un grupo de voluntarios que hacen un pasillo a los corredores mientras animan sin parar. Me emociono, se me saltan las lágrimas (gracias, mil gracias por los ánimos). Ya estoy en el centro, estoy cerca, muy cerca. Calle Granada, Calle Larios (la de veces que habíamos dicho que “volariamos” por Calle Larios). Voy a conseguirlo. Llego al Paseo del Parque y busco con la mirada a mi familia que se que me está esperando allí. Los veo, vuelvo a emocionarme, vuelvo a llorar, no puedo ni aparentar para salir bien en las fotos.
Hoy más que nunca, Gracias a Dios, lo he logrado.
Mr Banders