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Algo más que Chamonix

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Algo más que Chamonix

Mañana soleada con algo de fresco, pero muy agradable tras la durísima última noche.

Justo al salir del largo camino de pista que desde la estación de esquí de Flégére  me llevaría a los pies de Chamonix, unos voluntarios me indican el camino que me llevaría hacia la meta. Ya por fin parece que se acaba la cuesta abajo de 8 kilómetros que, por no poder ni siquiera trotar, se me hizo eterna. Tras dos horas de resignación de no poder ni tan siquiera trotar, a pesar de los intentos realizados, consigo pisar asfalto signo inequívoco de que estaba entrando al pueblo y el final se acercaba.

La inercia es la única fuerza que queda en mi dolorido cuerpo. Avanzo a paso lento, como las últimas 7 horas desde que a 25 km de meta mis piernas dicen que ya es suficiente, que debía haberme preparado mejor y que hasta aquí se llegaba corriendo.

Momento de coronar  Flégére, última cumbre del recorrido, a 8 kilómetros de meta.

Tras una carretera serpenteante, al fondo ya reconozco parte del pueblo, es justo donde se entregaban las mochilas hace 2 días, momentos antes de ir directo a coger posiciones al arco de salida. Mucho ha pasado desde entonces, y solo fué hace un par de días, aunque parece que ha pasado toda una vida.

Justo después de cruzar el rio Arve a su paso por Chamonix, la veo. Ahí está ella, con su eterna sonrisa, con la misma fuerza que cuando la ví 10 horas antes en el frío y húmedo avituallamiento de Trient. Me besa, me abraza y vuelve a sonreír.

Es única. No sé cómo lo hace pero siempre tiene fuerza que transmitir.

Me dice que los niños están esperándome en el pueblo sentados en un escalón, cansados de los largos viajes en autobús del Sábado para verme en Italia y Suiza, con frío por levantarse apenas se habían acostado la noche anterior y deseando que llegara para entrar en meta conmigo.

Los siguientes minutos parecen eternos, sigo con mi paso a paso, imposible correr, aunque ya no hacía falta. Se escucha al fondo el ajetreo de los espectadores golpeando las vallas al paso de los cansados corredores y allí están ellos,  sentados en su escalón.

Entrando en las calles de Chamonix donde me esperaban mis hijos para entrar juntos a meta

Ellos que lo sufren más que nadie, espero que algún día sepan ver los valores que intento transmitirles, incluso con este tipo de pruebas, y que les sirva de una u otra manera en su desarrrollo. Se ponen a mi lado, me miran extrañados, pensando cómo podía haber estado 40 h en una carrera de forma continuada sin dormir.

Me sigo acercando a ese arco de meta soñado y visualizado durante tantos años en cada entrenamiento y en cada pensamiento.

Nunca dudé de que lo conseguiría, creo que esa es una de las claves de haber superado la prueba. Siempre supe que llegaría. Lo que nunca imaginé es la dureza para conseguirlo. Duro, muy duro especialmente la falta de sueño que te lleva a luchar contra ti mismo sabiendo que perderás tarde o temprano, y que la única salvación era llegar antes de que me ganara el cansancio.

Queda una curva, apenas 100 m, y poco a poco se divisa ese majestuoso arco tan soñado por muchos y yo, ya lo tenía delante.

Arco de meta visto desde la salida momentos previos al inicio de la prueba. Todos los corredores tenemos un único pensamiento en esos momentos:  atravesarlo desde la otro lado

Las calles llenas de público animando, golpeando las vallas a cada paso que daba, sintiendo todo los Alpes en mis pies y escoltado por mis hijos. El día soleado sin viento, simplemente perfecto. De los pocos momentos que ha salido el sol en todo el fin de semana. Todo se alinea y me hace sentir poderoso, me hace sentir un super héroe. Ahora sí, ahora sí que lo tenía delante y no se me escaparía.

Había que correr, me digo, es imposible no hacerlo llegados a este punto. Les digo a mis hijos “Cuando giremos esa curva, corremos.. pero despacito, ¿vale? que ya no hay prisa.” y allí que vamos los tres.

Estos últimos metros, de los más emotivos de mi vida. Me emociono cada vez que lo recuerdo. La gente me vitorea, como si hubiese ganado, porque realmente lo había hecho.

Los aplausos cada vez con más ritmo, yo cada vez a paso más rápido, mis hijos me miran, yo les miro y sonreimos. Lo hice. Lo hicimos.

Justo antes de cruzar el arco de meta levanto el puño. Lo aprieto con fuerza y cierro los ojos. “!Si, si, si!” me grito por dentro con rabia contenida y con la felicidad de haberlo conseguido.

Todavía  en ese momento no era consciente de lo que sucede a mi alrededor, lejos de Chamonix. Cuando crees en algo y luchas para conseguirlo, irremediablemente impactas en tu entorno.

Yo, que me esfuerzo por no estar en primera línea,  esta vez había hecho sin saberlo algo de lo que realmente estoy orgulloso. Había contagiado a mi entorno, a todo aquel que le había contado mi aventura en estos tres años, a todo aquel que se sentía parte del proyecto, a todo aquel que se veía reflejado en mí de una u otra manera. No sé explicar la razón, ya que este tipo de retos  se podrían ver como una forma de ser egoísta, con beneficios personales, mirando para uno mismo para obtener resultados individuales. Pero el que piense así está totalmente equivocado, al menos en este caso.

Lo que se produjo los días anteriores, pero sobre todo posteriores,  es de lo que realmente me siento orgulloso. Desde la recepción en el aeropuerto hasta los mensajes, palabras y gestos de mis amigos y familiares, que hacían suyos el ser finisher. Indescriptible la sensación de, sin buscarlo, haber generado ilusión y sentimientos en un momento determinado de una manera espontáneamente natural.

Esta es la verdadera victoria conseguida: experiencias para vivir y compartir.
Algo más que correr dicen… pues no les faltan razón.

Mr M