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UTMB17. Capítulo 3-El día italo-suizo y el amanecer francés

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UTMB17. Capítulo 3-El día italo-suizo y el amanecer francés

(Continuación de http://bichosrunners.com/utmb17-capitulo-2-la-primera-noche-franco-italiana/ )

Courmayeur es uno de los puntos clave de la carrera: mitad de carrera, cambio  de ropa,  arrancar con nuevas energía y saber que te queda todo un largo día con el objetivo de estar lo más cerca posible de Chamonix antes de que caiga la noche.

A pesar de ir rápido, cambiarme lo necesario y comer despacio pero sin interrupciones, salgo del avituallamiento tras 40 minutos, algo más de lo que tenía previsto. Aun así llevaba  más de una hora de adelanto sobre mi plan por lo que me centro en el siguiente tramo, la subida al Refugio Bertone (km 84 a 1.979 m).

Nada más empezar la subida de 5 kilómetros empiezo a notar el cansancio de la primera parte de la carrera. Las energías empiezan a notarse bajas y una morriña mañanera se apodera de mi cuerpo. Esto no pinta bien, aunque a paso más lento prosigo el ascenso para salir de este tedioso tramo cuanto antes.

Llegando al refugio Bertone,

Con ganas de cambiar el chip y hacer el siguiente tramo hasta el Refugio Bonatti (km 91 a 2.015 m) por sendero fácil de correr con subes y bajas para coger ritmo en las piernas, miro al frente y me da la bienvenida todo el macizo de los Alpes en su parte Italiana.

Espectacular la sensación de volver a ver al macizo Blanco que dejé en Chamonix, pero ahora por su otra cara.

Vistas que te reciben al llegar al refugio Bertone, con el Mont Blanc a la izquierda presidiendo los Alpes

El día había amanecido claro, con algunas nubes que se veían a lo lejos pero el sol calentaba lo suficiente como para que el viento frío no fuese una molestia y poder guardar la membrana que llevaba puesta desde que salí de Chamonix, era el momento de correr ligero.

El tramo hasta el Refugio Bonatti es de las partes más bonitas de toda la carrera, con las vistas siempre al valle italiano, surcando sus laderas a un ritmo que me permite ir recuperando confianza tras el bajón energético que había sufrido en la anterior subida.

Llego al Refugio Bonatti (km 91 a 2.015 m) y miro el tiempo de tramo: me había adelantado 2 minutos de mi planteamiento. Eso significa que había recuperado las sensaciones y que volvía a estar dentro de mi rutómetro. Tomo caldo caliente y miro al cielo: las nubes que se veían a lo lejos ya están encima y empieza a llover. Un viento fuerte me hace ponerme la membrana y decido ponerme también los pantalones impermeables y guantes para evitar un enfriamiento.

Esta decisión a posteriori me di cuenta que fue un error. Me protegí en exceso esperando una gran lluvia y finalmente no fue tal, lo que me ralentizó bastante en el descenso hasta el siguiente pueblo, Arnouvaz (km 96 a 1.786 m) por la incomodidad de terner puesto el traje de agua completo.

Una bajada muy severa, interminable a mi parecer, donde me centraba más en reservar piernas (primeros síntomas de dolor en cuádriceps) usando los bastones más que en avanzarme supuso un retaso de 20 minutos en esos 5 kilómetros de tramo de descenso.

El adelanto con respecto a mi estimación ya era solo de 40 minutos, seguía con margen pero cada vez bajaba más según avanzaban los kilómetros.

Allí me esperaba mi familia, que no pudo llegar a tiempo a Courmayeur. Subidón de ánimos y a seguir la batalla. Me quedaba subir al punto más alto de toda la prueba: Grand col Ferret (km 101 a 2.525 m).

En el avituallamiento, la organización obligaba a todos los corredores a usar el pantalón impermeable y la membrana, ya que las condiciones en cumbre eran muy malas. Yo como ya tenía todo el traje de agua colocado directamente pasé el control de material.

Saliendo de Arnouvaz con ganas de enfrentarme al techo de la UTMB con toda la ropa imperbeable puesta

Antes de iniciar el ascenso al col Ferret, las fuerzas ya iban disminuyendo

Subida intensa donde a cada paso se hacía más inclinado el sendero con una climatología que iba a peor según se ascendía. Corono con las dificultades propias de estar a 2.500 m y comienza un descenso fácil, sendero ancho sin mucha dificultad donde busco coger un ritmo cómodo de bajada para ir recuperando sensaciones.

Aquí me doy cuenta de una de las tónicas de la carrera, donde se sube siempre por la parte más técnica y se baja por la parte más fácil. Se agradece esa mentalidad y más a estas alturas de la carrera.

El próximo avituallamiento es La Fouly (km 110 a 1.600m) donde el perfil muestra un descenso continuo por lo que a priori no debe tener una mayor dificultad este tramo.

A poco de iniciar el descenso me doy cuenta que ya estoy en terreno Suizo, el paisaje que se ve es algo diferente a la parte italiana. No en sí la montaña, sino que se divisan muchas casas desperdigadas por el valle, pequeños pueblos y mucha vegetación.

Llegar al avituallamiento me supone un gran esfuerzo. La zona de bajada se me hace eterna, las piernas empiezan a sufrir síntomas de cansancio incluso ya bajando a cotas menos agresivas (por debajo de 2.000 m no suelo notar la altitud). Llego a La Fouly, un avituallamiento con bastante gente esperando a corredores aunque estaba completamente vacío dentro, sólamente estaba yo en ese momento. Como, bebo y descanso unos minutos para ver si recupero las piernas que estaban entumecidas del frío provocado por la humedad y la lluvia que no paraba desde hace horas.

Miro el tiempo, 21 horas de carrera. Miro el rutómetro, debía haber estado aquí hace 15 minutos, justo el tiempo que he tardado de más en este tramo.

Con la sensación de pesadez, las energías al límite y viendo que los ritmos iban cada vez a peor, ya visualizaba que los próximos 60 kilómetros serían una auténtica lucha mental, reservando lo máximo de musculatura para prever lo que pudiera llegar  a pasar.

 Entrando al avituallamiento, pensando en qué acciones tomar frente a lo que se preveía una complicada tarde-noche.

El siguiente punto de referencia sería Champex-Lac (km 124 a 1.465 m), donde un tramo de asfalto y pista forestal con ligera tendencia descendente se hace fácil de trotar cuando había fuerzas y muy relajante cuando tocaba andar por aquellos pueblecitos pequeños. Todo aquel verde a mi alrededor y ese silencio infinito del valle apetecía sentarse y disfrutar de aquellas vistas. Incluso al paso por un bar típico de la zona, pequeño y acogedor, me faltó muy poco por entrar y pedirme una cerveza para buscar un momento de desconexión de la carrera pero mi prudencia, innata en mí  y que hasta el momento el estómago lo llevaba perfecto,  no quería arriesgar nada y recahcé muy a mi pesar mi auto invitación.

En la única zona de subida, justo antes de llegar a Champex-lac,  había leído que era más psicológica que física, y quien lo escribiera tenía toda la razón. Zona técnica pero llevadera, con sendero limpio con pendientes asumibles para avanzar andando sin mucha concentración, se me hizo eterna deseando simplemente llegar al avituallamiento y saber que sólo quedarían 45 km y tres subidas para divisar Chamonix.

Entrando en el avituallamiento de Champex-Lac

Con mucha batalla mental en esa ascensión psicológica, entro a un avituallamiento muy concurrido. Música en directo, muchos familiares dentro ayudando a sus corredores incluso un puesto de Garmin donde poder cargar el reloj. Una auténtica fiesta estaba montada en ese punto.

De nuevo un retraso de 20 minutos sobre mi predicción en este tramo. Como preveía, la tarde-noche será muy complicada a partir de ahora.

Tres picos: La Giete, Catogne y La Flégeré, sólo que da eso. Ya parece que el final está cerca, pero lo peor estaba aún por llegar.

Hasta iniciar el ascenso a La Giete, la carrera transcurre por una zona corrible de pista y asfalto. El viento ha cesado, las nubes están desapareciendo y me encuentro sólo es esta zona sin corredores a mi alrededor y parece que el cuerpo vuelve a coger sensaciones de carrera. Me veo motivado en este momento aunque el sueño empieza a apoderarse de mí poco a poco según se van yendo les luces del día.

Miro al frente y veo una especie de casa tras unos árboles, supongo que será el punto de control que hay en este tramo. En unos segundos me doy cuenta de que no, que eran unos árboles que me habían confundido.

Empieza la subida y dejamos atrás la comodidad del pisteo y entramos una zona muy técnica, de lo más técnica que habíamos pasado hasta ahora,  donde subir incluso con bastones se hacía muy difícil. Me cuesta avanzar, me empiezan a pasar muchos corredores al bajar el ritmo por tener síntomas de agotamiento cada vez que levanto las piernas. Reservar musculatura se convertiría en uno de mis principales objetivos a partir de ahora.

Con los frontales de nuevo iluminando el camino, empieza una de las situaciones más difíciles de mi vida deportiva: tener alucinaciones debidas a la falta de sueño.

Siendo consciente de que lo que veía era irreal, que desaparecía según me acercaba, mi mente me hacía imaginarme personajes y figuras allá por donde miraba, algo que al principio lo usaba como entretenimiento para que pasaran las horas más rápidamente, pero que con el paso de la noche resulta realmente molesto e inevitable. Sólo deseaba que cuando llegaran las luces del día desaparecieran.

Tras unas interminables cuestas acompañado de alucinaciones sin sentido que pasaban en segundos  por mi mente consigo llegar a la cumbre, entre pastos de ganado, mucho barro de las lluvias de estos días y una multitud de corredores que me pasan sin cesar.

Coronoa duras penas. Conseguido, me digo, ya sólo me quedan dos más, y me dispongo a iniciar el descenso de 5 kilómetros hasta Trient (km 140 a 1.303 m) donde me esperaba mi familia de nuevo.

Por delante una bajada por zona de tierra con muchas ramas donde había que ir con mucho cuidado. Me dejo caer a ritmo cómodo para no frenar en exceso y sobrecargar las piernas, y de repente me encuentro tirando de un grupo de corredores marcándoles el paso. Bajando me veo bien y decido ir rápido, apoyándome con los bastones para reservar musculatura, consigo incluso despegarme de ellos lo que me da mucha motivación. ¿Habría recuperado las energías? ¿Estaría en “mi zona” de nuevo? Desde luego que esos kilómetros volví a disfrutar de la competición.

Antes de llegar a Trient, pasamos por una granja que no me esperaba como avituallamiento. Entré para tomar algo de agua. Allí se estaba muy acogedor acompañado de un olor a leña que invitaba a quedarse. Antes de salir me ofrecieron un plato con trozos de carne y tomé uno. Era ternera recién asada. Podéis imaginaros cómo debe saber comer algo recién cocinado tras casi un día a base de fruta, pasta y sopa caliente. Tomé otro trozo (casi asalté a la voluntaria por que me diera otro pedazo de aquel manjar) y salí dirección Trient. Aún todavía se me hace la boca agua recordando el sabor de aquella carne, por lo cual estoy seguro que no fue una alucinación.

Hasta llegar a Trient, zona de bajada por sendero estrecho y de arena, me supuso una lucha constante con el sueño. Se me cerraban los ojos, me gritaba para despertarme, me daba cachetes en la cara para mantener la concentración y cualquier cosa que se ocurría para mirar bien al suelo y evitar una caída. Muy dura psicológicamente esta parte, ahora que las piernas empezaban a responder en tramos de bajada.

Llego a Trient (km 140 a 1.303 m), donde me esperan los míos y les cuento como voy. “Infernal”, es lo que les repito una y otra vez. Para arriba mal, para abajo bien es el resumen que les hice.

Ya con el rutómetro completamente fuera de control (más de 2 horas de retraso en este punto) pongo rumbo a Vallorcine (km 151 a 1.270 m) con las fuerzas muy mermadas y al límite del agotamiento muscular y mental por la falta de sueño.

El siguiente tramo simplemente  fue peor que infernal. Subir me costaba mucho por dolores en las piernas debido a la saturación muscular y debía incluso pararme y sentarme cada vez con más asiduidad para descansar y poder seguir la ascensión. Recuerdo esta zona con un sendero sinuoso de piedra sin fin. De los peores momentos de toda la carrera. Las alucinaciones eran ya continuas, una tras otra, sin poder evitarlas. Esto me supuso un gran desgaste mental no pudiendo concentrarme en las sensaciones del cuerpo y debiendo de luchar conmigo mismo para no dormirme.

Ya casi sin poder incluso trotar hacia abajo llego a Vallorcine. Miro el tiempo y me doy cuenta que han pasado 33 horas y media, justo el tiempo total que marcaba mi rutómetro pero con 20 kilómetros alejado de Chamonix.

Entrando a Vallorcine miro a la cámara, abro los brazo como mensaje a los míos diciéndoles “por aquí voy, no lo he conseguido”

La carrera como tal para mí ya había acabado. Ahora tocaba sobrevivir y llegar lo antes posible para reducir el número de horas expuesto a la montaña. El cansancio es máximo y debía tirar de coraje para sobrellevarlo.

He perdido,  me decía a mí mismo. ¿Qué es lo que no he hecho bien? Tenía ganas de que acabara ya la prueba, llegar a Málaga y analizar lo que había fallado. ¿Falta de experiencia en alta montaña? Sí, es lo primero que pensé. ¿Falta de entrenamiento? No, he cumplido al 99% todo el plan, un plan de entrenamientos progresivo preparado a conciencia en los últimos 3 años por alguien en quien confío plenamente.

Al tiempo hablaría con mi entrenador y le daría la razón: estrategia  agresiva para un novato en pruebas de este nivel y una meteorología extrema que me supuso una bajada de rendimiento.

La última subida a la estación de esquí de La Flégére (km 162 a 1.856 m) era simplemente avanzar como se pudiese. Levantar las piernas para subir una piedra era una odisea, en bajada apoyaba los bastones incluso andando para evitar sobrecargar aún más los cuádriceps.

Llegaron las luces del día y las alucinaciones seguían apareciendo: una roca que parecía un corredor, ver el telesillas de la estación de esquí cuando eran unas ramas, ver Chamonix al fondo cuando solo eran nubes y un sinfín de situaciones irreales ante mis ojos que desaparecían en el momento que me acercaba a ellas.

Llegar a la última cumbre supuso un sobreesfuerzo mental que a día de hoy me siguen en el recuerdo el sufrimiento de aquellas horas sin final. Sin fuerzas, con dos noches sin dormir, sin poder correr para avanzar más rápido y lo peor era la sensación de resignación de que no podía hacer nada, simplemente andar para avanzar.

Momento de coronar  Flégére, última cumbre del recorrido, a 8 kilómetros de meta.

Tras coronar La Flégére, sólo 8 kilómetros de sendero y pista ancha  me separaban de la llegada. Poco a poco y paso a paso iba recortando esa distancia, mientras que los corredores me pasaban uno tras otro de manera continua, hasta un total de 73 corredores me adelantaron en este tramo.

Mientras bajaba a Chamonix, seguía enfadado conmigo mismo por lo ocurrido, dándole vueltas al porqué de aquella situación. ¿Qué hubiera pasado si en vez de subir tan alegre la primera noche hubiera reservado fuerzas? ¿Podría estar ahora corriendo? No había preparado una prueba así para terminar de esta manera, andando. No vale solo con terminarla, eso es algo que desde que se decide preparar se tiene que tener en la cabeza como algo indiscutible y totalmente alcanzable, es la manera de acabarla lo que se entrena.

No estaba contento y esa es la razón por la cual, hoy a 27 de Agosto de 2018 termino esta crónica a pocos días de volver a reescribir otra página en mi historia personal,  volviendo a Chamonix para enfrentarme de nuevo al gran monte Blanco pero esta vez con la experiencia del año pasado, buscando hacer mi carrera, esa carrera por la que he soñado estos últimos cuatro años.

Los últimos metros de esta aventura del 2017 ya los conté en un post anterior http://bichosrunners.com/algo-mas-chamonix/

Lo que vaya a pasar en unos días, está todavía pendiente de que suceda y de ser contado.

Mr M