Era un caluroso día del final del verano en la sierra de Jaén. Hacía un sol de justicia, no corría ni una pizca de viento, era el tercer cortafuego al que se enfrentaba ese día, y apenas le quedaba agua en la mochila, de la que había recargado en el último avituallamiento; el siguiente estaba dos kilómetros después de coronar esa cima que se adivinaba allá arriba, casi inalcanzable. Le pesaban las piernas como si estuvieran clavadas al suelo, y empezaba a notar un poco los efectos de la falta de hidratación. Llevaba varios minutos allí parado recuperando fuerzas, y aún le quedaban dos tercios de aquel cortafuego eterno.
Sin perder la calma, D. miró la manopla azul que llevaba en su mano derecha, se llenó de paz y de confianza, en seguida, surgida de algún rincón de su mente, la sonrisa de N. iluminó su cara desde dentro.
– ¿Qué pasa papi?
– Nada hija, pensando un poco en cosas bonitas para animarme.
– ¿Estás triste, papi?
– No, hija, estoy contento, sólo algo fatigado. Luchando con un monstruo grande y fuerte.
– Ay papi, yo te voy a ayudar, ya verás como yo puedo, yo mataré monstruos por ti!*
Y así era, ahí estaba su motivación, su alegría, su orgullo, su fuerza para luchar y seguir.
Ella puede, desde su sincera inocencia siempre ha tenido el coraje de no rendirse y superarse, es una pequeña guerrera, y siempre consigue vencer. Tú puedes, y yo puedo contigo!
Un pequeño grupo de corredores llegó hasta el lugar donde se encontraba, y D. reaccionó volviendo a aquel caluroso rincón en la sierra. Se saludaron, comentaron algunas circunstancias de la carrera y de la dureza del tramo que atravesaban en ese momento, él ofreció unos dátiles que llevaba y una chica del club «La Bicha» (de Granada) le ofreció un poco de agua de un bidón extra que portaba.
Algo más recuperado físicamente, y totalmente motivado mentalmente, continuó avanzando hasta coronar el cortafuego. Y siguió devorando kilómetros, trotando, sudando, esforzándose, luchando, y disfrutando cada vez más.
Últimos metros, ya por las calles del pueblo, D. iba casi flotando, muy emocionado. Al dar la última curva para encarar la recta de meta, la vio allí atenta, curiosa, esperando, de la mano de B. (su madre). Sonrió, la tomó de la mano, y avanzó esos últimos metros en su compañía. Al cruzar el arco final, la alzó, la abrazó con ternura y la besó con cariño. Se miraron, sonrieron, y le dijo: «Gracias mi pequeña, yo cruzaré mis metas por ti«.
Meta de la Zurich Maratón de Málaga de 2017, David con parte de la manada de Bichos Runners
*Del cuento infantil del mismo título, «Yo mataré monstruos por ti» de Santi Balmes.
MR. TEE