No pensaba escribir nada en particular, ya que no creo que yo pueda añadir más a las fantásticas frases que nos han deleitado los otros bichos en los post anteriores. No obstante, discutíamos ayer unos pocos de bichos, si la maratón es una prueba que te cambia la vida o no, y había posturas diversas. De ahí me surgió la idea de escribir estas líneas sobre mi punto de vista al respecto
Mucho se ha hablado sobre el entrenamiento, sufrimiento, cómo correr la carrera, el temido muro (ay maldito…nunca podremos evitarte, siempre estarás ahí para que tengamos que demostrar en cada maratón que somos dignos de llegar a meta), pero creo que no se ha hablado lo suficiente del aspecto extradeportivo que abarca todo lo relacionado con la maratón (o el maratón, cuestión de gustos).
Os hablo como bi-maratoniano (corrí la pasada edición de la de Málaga y hace dos semanas en Valencia), y ojalá pueda ser maratoniano de nuevo este domingo. Nunca estaré lo suficientemente agradecido por todos los sentimientos, momentos y emociones que me han transmitido las 2 maratones en las que he participado, y sus respectivos meses de entrenamiento, pero nunca será nada comparado con lo que me ha aportado la maratón a mi vida y a mi crecimiento como persona.
Desde el primer día de entrenamiento, cuando decidí enfrentarme por primera vez a esto que llaman maratón, no podía evitar relacionar cualquier aspecto del entrenamiento con mi vida personal. El tener que ir superando entrenamientos cada vez más duros, y ver como mi cuerpo se iba fortaleciendo y haciéndome más capaz de superar en unos meses entrenamientos que antes ni soñaría completar. El ser capaz de vencer a la pereza, al diablillo que tenemos en el hombro que nos dice: “déjalo, no salgas hoy…..haz la mitad de kilómetros…por un día no pasa nada” y ahí estaba yo diciéndome: “no, si quieres llegar a ser capaz de completar la carrera, tienes que vencer esa pereza y ser constante en los entrenamientos, es la única manera”.
Y qué decir del día D, el día con mayúsculas, el día de la carrera. Nadie más que quien la ha corrido sabrá lo que se pasa durante esos 42 km y 195 metros. Sólo por eso ya merece la pena correr, por pasar esa experiencia. Empiezas creyendo que te vas a comer el mundo, conforme pasan los kilometros te vas dando cuenta que la cosa va en serio. Comienzas a sufrir cuando pasas el ecuador de la prueba. Sufres más. Sufres lo que no has sufrido nunca, pasan por tu cabeza mil y una razones para dejarlo, te sientes estúpido, por estar ahí corriendo y no abandonar y estar en tu casa tumbado en el sofá. Pero algo dentro de ti te dice que no, que sigas dando un paso, y otro y otro y otro, hasta que consigues alcanzar la gloria. Ay esa gloria….hay que vivirla.
Pero todo eso ya lo conocéis, lo habéis leído mil veces, y yo también. Cuando pasé todo eso y volví poco a poco a mi vida normal (que sabes que ya no volverás a tener una vida normal, ya tienes el gusanillo y vas a seguir corriendo siempre, quieras o no), me di cuenta que algo había cambiado en mí.
De pronto dejé de ser el perezoso que solía ser, me costaba muchísimo menos trabajo esforzarme y hacer cosas que antes era incapaz de afrontar, por simple pereza. Ahora las hacía sin pensar. Era mucho más constante en todo: trabajo, estudios, obligaciones. Estaba más centrado: si tenía que hacer algo, iba a por ello, sin dar veinte vueltas; algo que antes era impensable en mi.
Pero sobre todo había adquirido una enorme capacidad de hacer frente a las adversidades. Esa luchas constante para conseguir vencerme en cada entrenamiento, día tras día, esa lucha titánica para vencer lo invencible el día de la carrera y sobreponerme a todo para cruzar el arco de meta. Todo ello había hecho nacer en mí un pensamiento: Que por muy dura y adversa que se nos presente la vida, si luchamos con todas nuestras fuerzas, somos constantes y no nos rendimos jamás, siempre existe la posibilidad de que alcancemos la gloria y veamos el arco de meta.
Y los pensamientos, como los ideales, son a prueba de balas (Si el genial Alan Moore me permite tomar su célebre frase de V de Vendetta). Eso caló hondo en mí y me acompaña cada día en mi cabeza desde que crucé por primera vez la meta el pasado 8 de diciembre de 2013. Y por muchos problemas y dificultades que haya podido pasar desde entonces, siempre lo he tenido presente: “Si tuve el coraje de aguantar los 42km a pesar de todo el sufrimiento y conseguir alcanzar la gloria, ¿por qué ahora debería rendirme y no seguir intentándolo hasta que no me queden más fuerzas?
No ha habido nada mejor que haya aprendido de la maratón. Porque lo aplico cada día en mi vida y me ha ayudado a ser una persona completamente distinta. Por ello yo estoy convencido de que la maratón SI me ha cambiado la vida.
Y tú, ¿Quieres cambiar tu vida?