Miro al frente y solo veo nubes bajas. No puedo ver el camino que debería atravesar en el siguiente tramo, ni tan siquiera se intuye. El frío se unió como compañero de viaje desde hace ya demasiadas horas. Mientras el viento me golpea de nuevo y la lluvia sigue quitándome energías, alzo la vista, subo una de las últimas cuestas camino al siguiente avituallamiento y me sale en voz alta un pensamiento:
«Cuando llegue a Villaluenga abandono…”
“!No! ¡Lo has dicho, lo has dicho!» – me repito en voz alta con desesperación.
22 horas de carrera y 126km recorridos. No se me había pasado ni por la cabeza abandonar, a pesar de que las últimas 7 horas han sido especialmente duras, muy duras, y ni tan siquiera estaba en mis pensamientos esa hipótesis.
Simplemente alzó la voz mi yo lógico y racional. Mi subconsciente fue más fuerte que mi intención de terminar lo que empecé y mi pasión por el trail, casi apagada por cruzar ríos con agua hasta las rodillas en condiciones meteorológicas extremas. Según oía mi propia voz entremezclada con la lluvia y el viento, sabía que la decisión no tendría retorno.
Unas horas antes, en el avituallamiento de Cortes de la frontera (118km) ya sabía que la situación se complicaba. Llegué sin entrar en calor, a pesar de ir a buen ritmo de carrera, pero con los primeros síntomas de frio calado en el cuerpo.
Me tomo mi tiempo en ese avituallamiento, comiendo pasta para coger energías y sopa caliente para entrar en calor. Los guantes y el buff los coloqué encima de un pequeño radiador, en un intento de secarlos el tiempo que estuviese allí.
Junto a él veo una silla. Me siento buscando algo de calor mientras no paro de pensar en qué condiciones estará la Sierra de Grazalema, si también se habrán convertido los senderos en ríos.
Solo veía como única vía para poder enfrentarme con garantías a la noche del sábado conseguir ropa térmica en Villaluenga. Cogí el teléfono, activé la red y llamé a mi amigo Pablo. Él vive en Ronda, era mi opción más cercana y le daría tiempo a llevarme ropa a Villaluenga, estimaba casi 3h el tiempo que tardaría en llegar.
Cae la noche alrededor de El Bosque, nadie esperaba lo que acontecería mas adelante.
No me coge el teléfono. Le mando un mensaje y desconecto de nuevo la red. La suerte estaba echada, el destino marcaría mi carrera, no podía hacer otra cosa más que alcanzar el siguiente punto y esperar a que mi mensaje llegara a su destino a tiempo.
Desde ese momento ya era consciente de mi error, el error que me hizo abandonar a falta de 40k de carrera y no poder completar mi primer 100 millas. Ese error no lo cometí durante la carrera, ni antes de ella ni en su preparación. Es un error que se comete desde el primer momento que decides enfrentarte a la montaña sin suficiente experiencia en ella.
Es ley de vida, la confianza es parte de nuestro entrenamiento, creer en nosotros mismos para salir indemnes ante tantas horas de esfuerzo, pero por contra la confianza hace que te confíes, que descuides los detalles más básicos y sobre todo subestimes a la madre naturaleza desde la siempre soleada Málaga.
A efectos prácticos, sentencié la carrera en dos momentos. El primero en no prever que tras intensas lluvias del viernes y sábado, los senderos podrían estar muy mal y eso conllevaría estar mojado, siendo necesario (y vital en esas circunstancias) ropa seca para mantener el máximo tiempo posible el calor corporal.
El segundo, haberme quitado la ropa térmica que tanto me protegió la noche del viernes en el avituallamiento de Ronda (km 88). Esa primera noche, para mí y me atrevo a decir que también para muchos de los participantes de la prueba, ha marcado un antes y un después.
Solo se es consciente de las condiciones de frio, ventisca, lluvia, hielo y nieve que sufrimos cuando se piensa a tiempo pasado.
Al salir del avituallamiento del puerto del Boyar (km 33), momento en el cual estaba cayendo una gran tromba de agua, me comentó un voluntario que las condiciones en el Simancón eran muy malas, que había que abrigarse mucho y que estaban abandonado mucha gente al llegar al siguiente punto de control ( Villaluenga km 46). En ese momento me puse la camiseta térmica y el guante caliente para poder contrarrestar lo que vendría.
Momento previo al inicio de la subida al Simancon
Tan solo a pocos minutos de salir del gélido avituallamiento (soportales de refugio abierto al exterior) los caminos empezaban a mostrarse en lo que se había convertido ya para todo el recorrido. Los senderos se convirtieron en arroyos, donde pisar en seco era una misión complicada. En esos momentos empiezo a no sentir los dedos de las manos, una sensación muy extraña y preocupante que permanecía durante largo tiempo.
El uso de bastones me hacía tener las manos en alto, así que solo me quedó dejarlos y avanzar con las manos abajo moviendo los dedos constantemente para favorecer el riego sanguíneo. Pude salvar la papeleta antes de llegar a la ascensión del Simancón, donde la aparición de la nieve hacía el tramo muy entretenido hasta que el manto blanco cubrió todo lo que alumbraba el frontal y la ventisca empezó a hacer acto de presencia.
En la parte más alta, donde una larga explanada recorre su cumbre hasta volver a descender, no había tiempo de pensar con un viento polar que empujaba fuera del camino. Solo había una opción: correr lo más rápido posible para salir de allí cuanto antes.
La nieve acumulada desvelaba el camino a seguir, siguiendo los pasos de los corredores que dejaban su huella al pasar. Las pisadas de los corredores marcaban el camino centrando la concentración en protegerse de la ventisca
El cielo ya avisaba de lo que nos esperaría
Un antes y un después es lo que marca esta edición en cada uno de los participantes, voluntarios y organizadores por las condiciones que se desarrolló. Los tiempos de carrera, los tramos y pueblos de paso, la belleza del paisaje y los deseos por llegar a Pradollano tomaron un sentido muy distinto al que todos hubiésemos querido.
La montaña saco su lado más crudo y cruel sobre nosotros, recordándonos que es ella la que marca los tiempos, la que nos deja entrar en su ser y que debemos ser parte de ella, admirarla y saber respetarla, porque sus riscos, ríos, senderos, cimas y montañas no son más que cicatrices en su piel de su larga vida.
Con algo de distancia en el tiempo desde que abandone mi primera carrera, los sentimientos siguen siendo los mismos. No me arrepiento de que mi yo racional se impusiera en aquel momento, me hizo sentir débil, con frio y sin ganas de seguir.
No gusta tener que abandonar, a nadie le gusta tirar la toalla aun en aquellas condiciones, y se puede llegar a justificar la retirada y parecer que era lo más sensato. Y lo era, pero los errores de previsión no me lo perdono, se queda grabado en mi diario personal y no puede volver a pasar.
Nos alimentamos de vivencias que van sumando momentos clave a recordar a lo largo de nuestra vida de corredor e incluso en nuestra vida cotidiana, y desde luego que Bandoleros 2017 forma parte especial de ese tarro de experiencias que da forma a nuestra forma de ver y entender la vida.
Mr M