Málaga, 7 de diciembre de 2014, 8:30h.
Suena el pistoletazo de salida del V Maratón Cabberty Málaga y mi corazón late por encima de 140 pulsaciones antes de dar siquiera el primer paso. Atrás, 5 meses de escrupuloso trabajo, con 900 kilómetros a mis espaldas como garantía y un objetivo definido: Ser finisher maratoniano con un tiempo cercano a 3h35′. Mis rodajes certifican mi capacidad pero dos semanas antes de ponerme bajo el arco de salida, tras un rodaje de 32 kilómetros en Jarilla (Cáceres), fui consciente que mi sola participación en la carrera sería casi imposible. Me había roto.
Mi ambición y los 103 kilómetros acumulados en 8 días habían hecho saltar por los aires mis ilusiones de debutar en Maratón por todo lo alto. Por delante quedaron dos semanas de reposo absoluto y fisioterapia intensiva en cadera y rodilla izquierdas para intentar ponerme en la salida con intención de hacer unos kilómetros hasta que me retirase… pero aguanté. 4h10 minutos de sufrimiento y 1 solo de Gloria.
Fui finisher en una de las experiencias más agridulces que he vivido. La angustia, el tremendo dolor y la felicidad al cruzar la meta fueron tan extremas que me hicieron vetar la distancia de Filípides para los restos. Una espina del tamaño de una estaca quedaría clavada en mi corazón hasta que algún año decidiera tratar de sacarla en una de las grandes. Pero por supuesto no en Málaga y menos en 2015.
Málaga, 6 de diciembre de 2015, 8:30h.
Ayer tuve la suerte de entrenar con uno de mis ídolos de la infancia, Abel Antón (he de confesar que le tengo especial aprecio porque siempre se me ha parecido a mi padre, jeje). El año anterior me lo perdí porque iba a correr y no podía hacer ni un kilómetro de más, pero este año hice pleno: entrenamiento por la mañana, visita a nuestros Bichos voluntarios en la feria del corredor, y voluntario por la tarde con mi compañero de batallas del año pasado, Juanillo, alias Mr Anfibio.
Total, como solo iba a hacer de liebre durante la primera media maratón a un ritmo cómodo para el grupete bichuno de las 3h45, podía permitirme lo que quisiera.
Ya nos hemos saludado todos, hemos hecho fotos y activado los nervios del grupo. Reconozco que me mola eso de verles desde la barrera a todos con el gusanillo del que se enfrenta a un gran reto. Están ilusionados y yo emocionado porque voy a participar al menos en el logro de 5 compañeros. Cuenca, Truji, Pablo, Agus y Fran serán mi sombra durante 21 kilómetros, y después Mamerto me dará el relevo para seguir con ellos hasta el final… ¡¡ qué ganas !!
Suena el pistoletazo de salida del VI Maratón Cabberty Málaga y mi corazón late a 130, son altas pero estoy tranquilo. Se nota que es competición. Me encuentro bien, no suben mucho en los primeros metros y voy a poder disfrutar sin esfuerzo con mi gente… ¡¡ espero no fallarles !!
A partir de ese momento, mientras buscaba el ritmo que habíamos acordado entre bromas varias, empezaron a venirme a la cabeza muchos pensamientos y recuerdos de la pasada edición. El quiero y no puedo de 2014 se iba convirtiendo en el quiero y no debo de 2015. Y según avanzaban los kilómetros, cuanto más disfrutaba con mis Bichos, más me pesaba la idea de separarme de ellos a mitad de carrera. Ver a mi mujer animando por sorpresa llegando al Palo me hizo subir aún más la moral de cara al objetivo.
Llegando al Km15 nos cruzamos con los primeros del grupo que iban por delante, Miguel, Gus y Zuri. Al dar el giro de 180 grados, el resto de pretorianos venían iluminando con su felicidad toda la avenida. Es difícil de explicar lo que se siente al vernos cumpliendo un reto si no lo vives desde dentro, porque sabemos lo que cada uno ha trabajado durante meses para poder estar justo donde está. Poco a poco el grupillo fue creciendo con atletas que se unían al calor del buen ambiente que reinaba entre todos, llegando a ser unos 15 en el paso por la media.
Y mi momento llegó. En el kilómetro 21 esperaba puntual Mamerto para relevarme en el puesto. Mi cabeza no paraba de dar vueltas. 3 días antes hablaba en mi post sobre salud y deporte de aquéllos que se enfrentan a duras pruebas sin estar preparados pero, jolín, me encontraba fuerte y tenía una base muy buena de la montaña, tampoco era tanta locura, ¿no? Pero entonces varias voces del grupo resonaron en mi cabeza animándome a seguir, disipando mis dudas. Decidí probar suerte unos kilómetros más.
Los minutos pasaban. Uno tras otro iban cayendo los carteles que marcaban cada punto kilométrico. Íbamos clavando el ritmo con puntualidad suiza y sin ápice de cansancio, nos adentramos en el Estadio de Atletismo los 6 mosqueteros con Mamerto todavía escoltándonos. Habíamos completado los 2/3 de carrera juntos y parecía que así seguiríamos.
Pero el kilómetro 30 hizo que se produjesen las primeras bajas, y M decidió quedarse más atrás para ir ayudando a quien pudiera necesitarlo. Continuamos Fran, Pablo y yo hacia adelante al mismo ritmo medio de 5:19’/km, con la moral por las nubes, desafiando al temido muro mientras veíamos cada metro pasado como un boleto más para cruzar la meta juntos. Así hasta el 36.
Tras 3h10 largas, quise echar mano del último plátano que había guardado en la mochila. Ese debía ser mi extra de gasolina que me hiciera llegar “entero” hasta el final. Pero por más que rebuscaba, no lo encontré. Se había caído sabe Dios cuándo. Ya estaba hecho, no quería darle vueltas para no condicionar mi rendimiento. No obstante, unos minutos más tarde noté la falta de glucógeno y empecé a perder fuelle.
El ritmo bajó solo unos pocos segundos aunque psicológicamente parecían un mundo. Daba comienzo el maratón puro, el que pone a prueba tu fortaleza mental. Es entonces cuando un verdadero compañero entra en escena y marca la diferencia entre el éxito y el fracaso. Y así fue, dos grandes me escoltaban, uno a cada lado para que no me diera por vencido y me echase a andar. Sabía que si andaba con el trabajo casi terminado no me lo iba a perdonar. Sabía que la meta era mía, pero la espina se astillaría al sacarla simplemente con haber andado 10 metros por fatiga.
Pero Sir Francelot y Lordoñez sacaron de mí lo mejor que podía dar y juntos superamos la crisis tremenda del km39. La meta estaba cerca y mi amor esperaba en ella para ser testigo del momento. Y tras nuestro paso escalofriante por calle Larios donde la gente aplaudía solo escuchando a mis compis animarme, se abrió ante mí el Elíseo. La inmensa Avenida del Paseo del Parque que un año antes me vio arrastrar, este año iba a ser escenario del lugar donde el lobo lamería su herida para sanarla definitivamente. Y cobré mi recompensa. Me lo debía y se lo debía a mi Bego, que en el fondo sabía que la herida era más profunda de lo que dejaba ver.
Siento el tochazo, no suelo escribir crónicas de las carreras que hago porque me cuesta resumir lo que vivo en ellas, pero es que esto es algo más que una crónica; es un bonito capítulo de mi vida que quiero recordar siempre.
Desde ese día sé que cada vez que tire una moneda al aire, dé las vueltas que dé, con los Bichos cerca siempre saldrá “cara”.
Mr Lizard.