Cuando a comienzos de año decidí preparar los míticos 42.195 metros, estaba aún recuperándome de una lesión. Quizás lo hice para crear un aliciente que me ayudara a salir de esos meses de suplicio, rodeado de físios, osteópatas, plantillas y demás.
Quien me iba a decir que, tras los inesperados tropiezos en los entrenamientos y los numerosos madrugones, igualmente acusados por mi sufridora mayor, me encontraría ese día 5 en aquella feria del corredor recogiendo el dorsal para besar el cielo de Málaga, y además que mi hijo también debutaría en competición, por iniciativa propia.
Tras una noche con pocas horas de sueño, como era de esperar, mi hermana y mi cuñado me acercan al Paseo del Parque. Era mi primera carrera con mis Bichos y no una cualquiera. A medida que nos fuimos saludando, iban creciendo nuestras fuerzas ante tal evento.
Grupete de 3h 45′ en el cajón de salida
Foto de rigor y a los rediles! donde me agrego al grupo de valientes que buscábamos cumplir la estrategia diseñada. La primera mitad se inundó de bromas y agregados al grupo gracias al ritmo controlado y el buen rollo que se desprendía. Entonces lo que iba a ser un relevo de liebre fue una recarga de energía extra al grupeto.
La carrera fue cambiando de color, el cuarteto de cabeza tomaba distancia junto a la primera fémina, rodeamos al desangelado Martín Carpena donde, tras otra parada para evacuar líquidos, fui quedándome rezagado junto a mi compañero de asalto al muro. Fue la parte más dura y en la que más se valora cualquier mínimo detalle de quienes te acompañan para conseguir que esos kilómetros se conviertan hoy en anécdota.
Cerca de La Rosaleda me emocioné al ver a mi hermano, mi cuñada y mi ahijado. Entonces me vine arriba, ayudado por la insistencia de mi compi, y despegué hacia la recta final, donde el entorno histórico y el calor del público que gritaba sin conocerme: «venga esos Bichoooos!» me llevaron en volandas y empapado de emoción hacia la recta final.
Allí, el éxtasis final y el abrazo con mis padres y madrina, Serán momentos imborrables en los que tantos días de esfuerzo se convierten en satisfacción por la meta lograda. Gracias a mi familia por estar ahí y confiar, por soportarme, aconsejarme, alentarme y a mi familia deportiva (apenas conociéndonos) por hacer un poco más fácil este reto. Gran jornada que fue culminada con una comida en la que comentamos las grandes experiencias vividas, embriagados por el ambiente de buen rollismo que se respiraba.
Enhorabuena a los que se sitúan algún día en la línea de salida y después cruzan la meta acompañados de sacrificio y confianza. Show must go on!!
Saboreando la medalla finisher
Mr Beetle